La tecnología puede salvarnos del coronavirus y también relanzar la economía. Se puede gastar todo el dinero público que se quiera y nada será más efectivo que una vacuna, un tratamiento o la ubicua disponibilidad de pruebas de diagnóstico. Sin embargo, España y la UE andan bastante descolocadas en el plano tecnológico. Esto tiene una triple implicación. La primera, que dependemos de terceros (en buena medida) para encontrar una respuesta al virus de suficiente magnitud. La segunda, que no pintamos nada en el debate global sobre tecnología, lo que también deja nuestro futuro productivo en manos de terceros y nos obligará a escoger bando (Estados Unidos o China) y pagar las consecuencias. Tercero, no hay un único modelo ni un programa común para una reforma tecnológica europea y eso compromete el crecimiento a largo plazo.
Sobre el desarrollo de una vacuna o tratamiento hay poco que decir. Desde la UE se participa en proyectos, pero con menor liderazgo del deseable. Muchos líderes políticos europeos rezan para que lleguen buenas noticias. En realidad, todos los países oran, pero unos están más cerca del altar que otros para repartir bendiciones.
¿Pueden España y la UE hacer algo en este contexto? Los fondos aprobados para la reconstrucción son importantes, pero tal vez falle su propia concepción. No se han definido como un esfuerzo conjunto transformativo de la economía europea, con un proyecto tecnológico común. Se pretende que cada país desarrolle su propio gasto, entre otras cosas, en tecnología, lo que parece irónico porque será difícil alcanzar la escalabilidad necesaria para competir globalmente. Parece, más bien, que cada cual juega a rescatar sectores con diferentes grados de obsolescencia y hacerlos artificialmente competitivos tirando del erario. Estrategia de poco recorrido.
Los próximos ciclos de crecimiento serán de nuevas tecnologías o no serán. Ningún país puede obviarlo. En España, por ejemplo, solo se habla de repartir y cuánto le va a caer a cada administración. De qué superestructuras burocráticas crear para lanzar nuevos planes rimbombantes. Falta la chicha de una clara estrategia de innovación, energía y digitalización. Se puede caer en la tentación de descentralizar territorialmente el gasto sin una estrategia común y apostar por inversiones tradicionales y no en capital humano y ciencia. Sería un error histórico. Los fondos aprobados en Bruselas tendrán que tapar agujeros, pero si todo termina ahí, sólo estaremos cavando nuevos.
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